Integrando el espíritu al management de las organizaciones (página 2)
Si del otro lado no había resistencia todo
avanzaba, no importa ahora la cuestión de los resultados
obtenidos. Si, por el contrario, del otro lado los otros
ejercían oposición, era en este punto en el que el
derroche de energía se hacía evidente. Confieso que
esto lo puedo ver ahora, en ese momento no dejaba de protestar
por la falta de entendimiento de los demás, que eran los
que estaban equivocados y no lo reconocían. En esta
instancia se presentaban tres posibilidades: a) con esfuerzo
redoblado triunfaba mi posición, b) se estancaba la
cuestión sin producir ningún resultado más
que la quietud y c) la oposición triunfaba y mi
posición resultaba ser la de perdedor.
Confieso que la mayoría de las veces ingresaba en
el estancamiento con negociaciones mentirosas que impulsaban
acciones
remendadas, tibias y muy poco contundentes. Esto hoy me permite
sentir el alivio (dentro del horror) de que éramos muchos
pujando. Cuando el vencedor resultaba un superior a mí, se
iba generando un resentimiento que perduraba y que
enrarecía la relación. Hoy, con la distancia de los
años, rescato esta vivencia ya que me sirvió para
reconocer, por fin, mis límites y
con ellos la existencia de los otros. Traspasé mis
límites y de esa manera pude reconocerlos. De vez en
cuando me encuentro con algunos de mis compañeros de puja
y muchos, aún, mantienen su perfil "competitivo".
Podemos llegar a ser tan ingenuos que hasta en el sufrimiento
somos capaces de pujar por la victoria.
Mi actividad laboral e
investigativa tomó otro rumbo. Tenía que comenzar a
revisar lo que sucedía dentro de mí y abandonar mi
búsqueda por los alrededores, por lo cosmético, por
lo literal. Confieso que resultó, y aún resulta,
como mínimo, un tanto arduo y muchas veces doloroso (se
van sucediendo los duelos de creencias que alimentan
fantasías e ilusiones). También comencé a
sentir que estaba encontrando desde adentro la luz que me
ayudaría a transitar el camino de afuera.
Comprendí que aquello que había ido incorporando
no servía de mucho si no lo complementaba con lo que
comenzó a surgir desde mi interior. En definitiva, mi
vida sería la obra que integraría lo recibido con
lo incorporado. Como cualquier obra, se crea con lo que contamos.
Las ilusiones, por el contrario, las construimos con lo que no
tenemos. Me sorprendí cuando me di cuenta que en la
soledad podía ver muchas "verdades, que no eran
verdades".
A medida que este proceso va
ocurriendo aparecen dos sensaciones: la alegría y el
entusiasmo de sentirme avanzando por caminos desconocidos y el
miedo por transitarlos. También se van desmoronando
las frases estudiadas, los dichos justificadores y las reacciones
impulsivas. A medida que avanzo siento que gano autoridad
sobre mí mismo, lo que no es poca cosa. Se trata de un
barajar y dar de nuevo.
¿Cómo puedo ser autoridad de otro, si
no puedo conmigo? Es simple responder que es una misión
imposible, pero justamente por eso es que se nos impulsa a ser lo
que se nos dice que seamos y que no se nos vaya a ocurrir
pretender ser otra cosa. Acá aparece el peligro de adoptar
una posición rebelde que nos va acomodando,
paradójicamente, al sometimiento a esos o a eso a lo que
nos rebelamos. Se requiere mutar la rebeldía en una
acción
positiva y eso se consigue solamente cuando logramos darnos
cuenta de que no estamos aceptando a esos o a eso tal como son o
es y pretendemos que sean lo que nosotros queremos. En la
rebeldía hay un alto componente de capricho.
Aún hoy, descubro con asombro mis caprichos. Acá se
resalta la importancia de los otros para que podamos descubrirnos
y en definitiva llegar a SER lo que somos.
Nuestro aprendizaje
transcurre entre lo que está bien (lo que se espera que
hagamos y/o pensemos) y lo que está mal (lo que no se
espera de nosotros). Sentimos el orgullo y el amparo de ser
actores de hechos buenos y la vergüenza y la ansiedad de
estar actuando mal. La incoherencia nos abruma. Pensamos,
sentimos, decimos y hacemos cosas diferentes. Sentimos el temor
de no ser aceptados si no hacemos lo que los demás nos
explicitan que esperan de nosotros. Por otro lado, explicitamos a
los otros lo que esperamos de ellos. Un gran bolonqui de
expectativas generales defendidas, de un lado y del otro, con
gran esmero. Terminamos convirtiéndonos en actores
desplegando un número infinito de máscaras. A
lo mejor por esto es que es común que mencionemos que la
vida es una lucha, un trabajo… Es evidente que somos nosotros los
que la convertimos en una lucha o en una estupenda
experiencia.
Nos vamos acostumbrando a actuar según reglas
sociales establecidas, pasibles de interpretaciones subjetivas.
Una invasión a un país puede ser justificada como
una acción solidaria y hasta humanitaria o un acto
violento y repudiable. El corte de una calle con un piquete es el
medio de expresión de los marginados o puede buscar un
determinado objetivo
político o ser visto como una clara manifestación
del vacío de poder del
gobierno de
turno. Todo depende desde dónde se lo ve y de
quién es el que lo ve.
Es necesario ejercitarnos para lograr separar lo
observado del observador, sobre todo de nuestras propias
acciones. ¿Qué sentimos con eso que sucede? Es la
única manera de lograr corregir algunas acciones que nos
llevan siempre a obtener los mismos resultados.
Nos convertimos en jueces que emitimos sentencias
inapelables. Terminamos creyéndonos las historias que
nos armamos y nos contamos (siempre igual). Nos vamos
convirtiendo en previsibles. La sorpresa va desapareciendo, la
vida se va convirtiendo poco a poco, pero inexorablemente, en un
suculento embole. Nuestras caras comienzan a oler mal. Nos
desacostumbramos al olor a estreno. Ingresamos en el circuito
automático y allí es preferible no andar
preguntándose cosas.
Si opino que la invasión es repudiable, aquellos
que la consideran un acto solidario me critican y marginan,
disparando mi miedo al enjuiciamiento. Esto funciona
también a la inversa. Nos vamos acostumbrando a la
soledad, ya que desde allí nadie nos puede echar. No
se nos ocurre juntar las visiones, competimos para defenderlas.
Cada uno mantiene su propia verdad, chiquita, a buen resguardo,
sintiendo que esa es la única verdad. Renegamos cuando
"gana" otra verdad, nos replegamos. Si nuestra verdad
"gana" nos enorgullecemos, nos sentimos los portadores de
la verdad. Viajamos sin escalas desde la impotencia a
la omnipotencia. Se nos hace complicado focalizarnos en
nuestra propia potencia, esa, la
única, que nos permite desplegar nuestro ser. En esa
frecuencia en la que sintonizamos con lo vital, con la
alegría y el agradecimiento por estar vivos y compartiendo
nuestra vida con otros.
¿Qué pretendo con estas líneas? Ir
delineando la trama de una potencial integración de creencias, abandonando la
tenaz competencia de
posiciones individuales. Ir asumiendo que podemos disentir
siempre y cuando aceptemos quedarnos juntos revisando lo
actuado. Podemos sostener y ampliar nuestra visión,
con lo que estaremos fortaleciendo a nuestro ser esencial y
ayudando a que otros también lo puedan lograr. Si
compartimos tareas y visiones con otros y comenzamos a aceptarlos
tal como son (y no como queremos que sean) nuestras organizaciones se
oxigenerán, crecerán, dará gusto convivir en
ellas. Las organizaciones se transformarán en competentes.
Podremos dirigir organizaciones sin utilizar tanto léxico
combativo y si lo hacemos, deberemos aprender a no creer tanto en
ellos. A fuerza de
repetir palabras terminamos siendo adoradores de lo literal y
abandonamos las imágenes
que pueden evocarnos las palabras, en definitiva: nos
empobrecemos. Las palabras nos terminan enmarañando y,
fatalmente, no nos damos cuenta. Terminamos seducidos por
nuestro propio discurso. Narciso se adueña de
nosotros.
Integrar los recursos es la
clave para que nuestras vidas resulten nutritivas, se
revitalicen. Es necesario integrar cuerpo, mente y
espíritu. Es justamente el espíritu individual
el que, sumado a los espíritus de los otros integrantes lo
que terminará moldeando al espíritu organizacional
(camiseta o mística), ese que dará el toque
diferencial frente a las otras organizaciones. Es esto,
justamente, lo que hoy, normalmente, brilla por su ausencia.
La competencia empresaria se ha convertido en un campo de
batalla de egos voluminosos, despiadados, insatisfechos y
demandantes, que con tal de no asumir responsabilidades
individuales son capaces de andar echando culpas a diestra y
siniestra. Excusas, desde siempre, las hay y las habrá.
Autocrítica hay poca y esto desemboca en la mediocridad,
en la copia, en el exitismo, en la inmediatez, en ese
refrán tan usado: "pan para hoy, hambre para
mañana". Se me ocurre decir que terminamos siendo
todos muy parecidos, casi nos convertimos en clones, ya que la
insatisfacción se apodera de nosotros.
Hablo de integrar el espíritu a la mente y al
cuerpo. No me refiero a quedarnos en una nube de colores, alejada
de lo racional, de la inteligencia
que nos permite discernir entre aquello y lo otro. La mente es
una excelente herramienta que está a nuestro servicio y no
lo contrario. Nuestra dimensión espiritual nos facilita
alcanzar una trascendencia hacia lo universal, hacia el misterio
de la vida, hacia Dios. Lo espiritual, no necesariamente debe
estar unido a un credo que pauta lo bueno y lo malo, facilitando
el camino del creyente. La trascendencia alivia la carga de los
egos preocupados por mantener posiciones rígidas,
cristalizadas. Cuando logramos acercarnos a nuestro barrio, en
ese en donde se encuentra nuestra casa, nuestra esencia, nuestro
espíritu, nos sentimos más seguros,
más livianos, menos vulnerables, más
amorosos.
Hoy, mientras escribía estas líneas,
escuchaba una publicidad radial
de un hotel alojamiento (de citas)
céntrico para "ejecutivos exitosos que no tienen
tiempo para
perder". Sería muy bueno que en una reunión
empresarial los asistentes pudieran expresar lo que les provoca
esta frase. A lo mejor, esto termina siendo más
"útil" que hablar de las ventas o de
las utilidades. A lo mejor, la frase se convierte en el puente
que una sus almas aisladas. A mi se me ocurre la imagen de una
descarga fisiológica obligatoria y tediosa, demandante de
un tiempo escaso. ¿Es esto lo que buscamos cuando nos
encontramos con nuestros/as amantes?
Si las organizaciones se convierten en centros de
crecimiento personal de cada
uno de sus miembros, no solo se beneficiarán las
organizaciones, sino que el mundo será más
"vivible". Habrá más gente sintonizada con
el amor,
aceptando que en el otro extremo está el desamor (el
paraíso y el páramo). Cada uno opta por el
espacio que desea habitar. Optar nos hace responsables.
Desaparecerán, paulatinamente, las dualidades y se
comenzará a sentir la unicidad de los sentimientos.
Aceptaremos que lo uno sin lo otro no es viable, aceptaremos que
lo uno permite que exista lo otro. Ambos extremos se
complementan, como la luz y la oscuridad, como el bien y el mal,
como la alegría y la tristeza. La existencia de uno valida
la existencia del otro. Sería estupendo que
dejáramos de reprimir lo que supuestamente está mal
y que nos aceptemos tal como somos, un cúmulo de luz
contrarrestada por sombras. Sería maravilloso que
pudiéramos expandir nuestra conciencia y que
nos hagamos amigos de nuestras oscuridades. Para lograrlo,
esto debe ser motivado, ya que es más fácil dejar
las cosas como están… Sobre esto doy fe.
La motivación
es tarea de los dirigentes organizacionales. Una vez que se
instala el diálogo
abierto en las organizaciones aparece la magia de la
mística, no antes. La pseudomística tiene vuelo
corto y al poco tiempo, por inercia, todo vuelve al mismo lugar.
Nos quedamos estancados. Este proceso de aprendizaje grupal debe
considerarse sagrado. Lo profano se parece más a
declamaciones ostentosas, a las arengas que buscan captar las
mentes de seguidores fieles, obedientes y disciplinados por miedo
y no por convicción. Aquellas charlas de vestuario en las
que el director técnico solicita que sus jugadores pongan
genitales al servicio del triunfo. Mucho ruido y pocas
nueces, sobre todo para un hincha de Rácing.
Intento que mi trabajo resulte motivador de la
integración de lo humano con lo técnico y
científico, de lo teórico y lo práctico.
Además, y fundamentalmente, me propongo provocar la
reflexión, reivindicando a mi ser, inquieto y
curioso.
En la medida de mis posibilidades, quiero abordar
conceptos desde diferentes posiciones. Me propongo en mi trabajo
cotidiano y en mis escritos, utilizar "lo que hay". Con lo
que hay (al menos a mi alcance) trato de compartir mis ideas, mis
creencias, mis fantasías, mi imaginación y sobre
todo, mi experiencia de años de vida que incluyen, por
supuesto, mis años de transitar el mercado.
So comenzamos a integrar nuestra dimensión
espiritual, nos daremos cuenta que no es necesario apelar a
capacitaciones que se convierten en un cúmulo de recetas
que terminamos olvidando al rato. Prácticamente en ninguna
capacitación a las que asistí como
instructor o alumno dejó de haber quejas por lo repetitivo
de las temáticas y lo poco sintonizadas con la
posición de los superiores. La incoherencia se viste de
amarillo para que pueda ser vista por todos los que nos rodean,
menos por nosotros mismos. Siempre se escucha la frase: "el
hilo se corta siempre por la parte más
fina".
Si lo que percibo como lo que hay a mi alcance se
suma a las percepciones de otros, yo gano, me enriquezco, me
nutro. Abandono la certeza chiquita, resguardada y me subo al
tren de las posibilidades, del discernimiento, de la
elección, de la responsabilidad, del compromiso. Con los otros
aprendo.
Cuando podemos "colgar nuestros supuestos para que
otros los observen" (Peter Senge) nos enfrentamos a
nuestros miedos y es justamente en ese momento en el que se
presenta la gran oportunidad para comenzar a reconocernos a
través de los otros, nuestros amigos, compañeros de
trabajo, familiares, parejas. A partir de allí se inicia
un camino de crecimiento, para uno y para los otros.
También, en ese mismo momento, podemos ofendernos defender
nuestros supuestos, atacar a nuestros interlocutores y
mantenernos impermeables al contexto.
Somos inteligentes, y es maravilloso que podamos
elegir.
No pretendo inventar nada, me inclino a
transformar.
Por:
Oscar Osvaldo Conti
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